Nuestros camellos, que realmente eran dromedarios, nos estaban esperando ansiosos en una de las primeras dunas a pocos metros del hotel.
Después de que diésemos nombre a la mayoría de nuestros camellos y asegurásemos en ellos el equipaje, montamos sobre ellos y uno por uno se fueron levantando, entre los gritos de María, para comenzar su caminata.
Lo que creíamos que sería un paseo hasta el campamento de haimas de unos cuantos cientos de metros resultó en realidad ser un recorrido de algo más de 4 kilómetros que duró casi unas dos horas.
Durante ese tiempo, Pepito, Junior, Caramelo, Juanito, Bob Marley y los demás camellos parecían encantados de llevarnos sobre sus jorobas, sonriéndonos con alegría cada vez que los mirábamos.
Poco a poco el sol empezó a caer y fue entonces cuando Amit, nuestro guía, nos apresuró a bajarnos, descalzarnos y subir corriendo a lo alto de una duna para ver desaparecer al sol en el horizonte del desierto.
Llegamos por los pelos, pero conseguimos ver los últimos rayos de sol antes de que se escondiese definitivamente hasta la mañana siguiente, como suele ocurrir.
Fue entonces cuando, al volver a montar, Julián le preguntó a Amit que qué había de cenar y qué había de beber. Cuando nos dimos cuenta de que no llevábamos agua y de que en el campamento no había más agua que la que salía del pozo (muy poco potable para nosotros), la sed nos empezó a llamar con fuerza. Por suerte, Amit hizo una llamada y antes de que llegásemos al campamento apareció un quad cargado con botellas de agua, la primera de las cuales bebimos con rapidez en ese mismo momento.
Llegamos al campamento cuando ya era noche cerrada, sólo iluminados por la luna y las estrellas. En los desiertos hay muchas más estrellas que en ningún otro sitio, principalmente por la falta de luces que impidan la visión. Desde nuestros camellos vimos la Vía Láctea con claridad, constelaciones, satélites y montones de estrellas fugaces a las que pedimos deseos que esperemos que se cumplan antes o después.
Cuando aparcamos los camellos, caminamos descalzos por una arena llena de cacas de camello que nosotros al principio creímos piedras.
Al poco rato de sentarnos en unos colchones dispuestos en el centro del campamento, nos trajeron un té que degustamos con mucho gusto. Julián sólo repetía que se sentía como nunca, que muy bien, y lo cierto es que era una sensación de tranquilidad absoluta.
Esa tranquilidad sólo fue quebraba por el paso de un gato persiguiendo una manada de escarabajos. Y fue así como, entre todo ese bullicio, nos sirvieron la cena y comimos emocionados nuestra sopa y nuestro tajin.
El espectáculo comenzó tiempo después de haber terminado de cenar. Amit y dos colegas se sentaron en el centro de la plaza con tambores y nos deleitaron con un repertorio de folclore típico bereber. Así como vosotros lo sois de este blog, nosotros fuimos fans apasionados y aplaudimos con ganas cada una de las piezas que tocaron.
Cuando se cansaron de tocar empezaron a invitarnos a los diferentes grupos de turistas a participar en el show con una canción de cada país. A nosotros nos tocó en suerte actuar de primeros y por eso cantamos una Rianxeira y bailamos una Macarena para el deleite de nuestros compañeros de campamento.
Poco a poco, nos fuimos haciendo amigos de otra pareja de españoles que venían desde Barcelona. Entre ellos, nosotros y otro trío de portuguesas, nos montamos un fiestón a base de canciones populares españolas y portuguesas.
Cuando los camellos decidieron que ya había habido bastante historia por esa noche, la gente se fue retirando a sus haimas y, como buenos íberos, decidimos llevar nuestra fiesta a otra parte.
Nos dirigimos con Amit a las afueras del campamento, donde se levanta una de las dunas más altas de todo el desierto Erg Chebbi. Y cuando digo alta, realmente quiero decir alta, muy alta, un auténtico Everest de arena.
Por la noche la duna parece mucho menos impresionante de lo que en realidad es, y llegar a su cima parece una tarea poco complicada. Tremendo error. Iniciamos nuestro camino de subida con nuestros amigos pero las portuguesas rápido se dieron por vencidas y retrocedieron en la oscuridad de vuelta al campamento.
El resto seguimos subiendo, pero la oscuridad es traicionera y cuando parecía que la cima estaba cerca, de repente, nos dábamos cuenta de que todavía faltaba un buen trecho por subir. Así una y otra vez.
Nos paramos casi cerca de la cima y allí nos quedamos viendo el cielo estrellado del desierto y nos quedamos hasta altas horas charlando de todo tipo de historias. Todos menos alguno que se quedó frito a la primera de cambio.
A las 2 de la mañana decidimos volver a bajar corriendo por la parte empinada de la duna, imposible subir por ahí pero lo más rápido es bajar. Cuando llegamos abajo, nos perdimos en la inmensidad del desierto, pero gracias a las linternas llegamos a nuestras haimas relativamente rápido.
Sobre las 3 de la mañana nos dormimos. A las 6 nos estábamos levantando para ver amanecer cerca de la frontera con Argelia.
Después de despedirnos de nuestros nuevos colegas catalanes, volvimos al hotel en camello, doloridos y soñolientos.
Con sueño, mucho sueño, continuamos en marcha hacia un nuevo día por el Sur de Marruecos.
Antes de finalizar esta entrada, no podemos dejar pasar la ocasión de felicitar públicamente desde Marruecos a nuestra prima Eva por su 25 cumpleaños. Muchas felicidades y que sean muchos más!
Seguiremos informando.
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