A priori, nuestro itinerario de la mañana no parecía ni de lejos el más atractivo de nuestro trayecto, sin embargo, a lo largo de las horas que siguieron llegó ocurrieron cosas que en un primer momento no hubiéramos esperado.
Por terrenos desérticos y pedregosos estuvimos acompañando un rato largo a nuestros guías en su búsqueda de tabaco en alguna de las pequeñas y desperdigadas casas de arcilla que había en los alrededores. Una vez cumplimos nuestra misión nos llevaron a un alto en el que se ven restos fosilizados en las piedras del suelo, de los tiempos en los que esta tierra era océano.
Mientras Hassan nos enseñaba los diferentes fósiles que se podían distinguir perfectamente en los suelos, cuatro pequeñas siluetas empezaron a correr desde lejos hacia nosotros a través del desierto. Eran las dos parejas de gemelas hijas de los militares que vigilan la frontera por Argelia y que vivían a unos cientos de metros de allí. Cuando las cuatro niñas llegaron a donde estábamos, con sus zapatos rotos y sus muñecas de trapo, Marta sacó unos caramelos que llevaba todavía en el bolso y los repartió entre ellas, que quedaron encantadas con el regalo. Una de las pequeñas se había quedado sin galletas y las hermanas nos preguntaron si teníamos algo más para ellas, cuando Marta les dio más galletas las hermanas repartieron entre las 4 dándole más a la que se había quedado al principio sin ellas. Empezaron a ver lo que llevábamos encima y a mirar con sorpresa algunas de las cosas para nosotros más insignificantes. Se lanzaron a por unas tiritas con dibujos de princesas y quisieron también un boli verde que llevaba Salo. Claro que se los dimos!
La foto nos la pidieron ellas.
No viene mal de vez en cuando una vuelta de humildad y bajar los pies a la tierra. Es verdad que a veces tenemos un poco de tontería.
Hassan nos llevó a ver una casa en construcción que estaban levantando cerca de donde estábamos y allí nos explicó cómo la mayor parte de los muros de los edificios de esa zona están compuestos de arcilla y paja.
Seguimos bordeando el desierto de Erg Chebbi hasta que llegamos a una casa bereber poco concurrida a esas horas ya que la mayoría de los hombres habían salido temprano esa mañana para buscar los mejores pastos de ese día para sus animales, así que nuestra única compañía mientras tomábamos el té que nos ofrecieron las mujeres de la casa fue el gato bereber que no se separaba de nosotros.
Tras despedirnos, seguimos el trayecto haciendo una parada en una mina del mineral utilizado para hacer, entre otras cosas, la sombra de ojos de las mujeres y pasamos por un cementerio en el que nos explicaron que el único identificativo que aparece en las tumbas es el sexo de difunto, según están colocadas las piedras sobre el suelo.
En nuestra última parada antes de ir a comer nos detuvimos en Khamlia, un antiguo pueblo de esclavos en el que a día de hoy sus habitantes siguen siendo de origen sudaní en su mayoría. Al bajarnos de los coches ya nos llamó la atención la cantidad de personas que iban por la calle en la misma dirección vestidas de blanco. Resultó que todas esas personas fueron entrando poco a poco en la sala en la que nos metieron a nosotros y nos invitaron a sentarnos.
Al poco rato estábamos presenciando un espectáculo privado de música africana que a mí, personalmente, me resultó muy interesante, ya no sólo por la música que nos tocaron sino por poder presenciar un espectáculo tan diferente. Aquella situación, de algún modo, fue otra especie de recordatorio de que hay otras formas de vivir muy diferentes a la nuestra, culturas absolutamente diferentes que da para pensar un buen rato. Creo que no sé definir de manera exacta la sensación.
Comimos antes de llegar a Merzouga en un restaurante típico una empanada, que ellos llaman pizza bereber e hicimos después una parada en un oasis para ver los dátiles de las palmeras.
Después de una parada técnica en un oasis para disfrutar de sus palmeras, a eso de las 4 de la tarde estábamos en el hotel de regreso, preparados para no hacer nada más que estar al fresco aire de la piscina en el desierto. Después de la noche en las dunas, ese descanso nos vino mejor que perfecto.
Aprovechamos la tarde y la noche para jugar a las cartas, charlar, actualizar el blog a nuestros queridos fans y otras tantas cosas.
En cualquier caso, dado que en este país siempre hay un cierto riesgo para el tracto intestinal de los turistas, creo que merece especial mención el ranking de cacas en el que, a falta de los próximos días de viaje, parece que ya tiene claro vencedor/a.
El día siguiente quizá cometamos algún error que, quien sabe, quizá los puestos en tan importante ranking den un vuelco inesperado. Pero eso es una historia que tendrá que esperar al siguiente capítulo de Boureberes.
Seguiremos informando.
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